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    Biodiversidad los Derechos que Perdemos
 


Por: Mtro. Mario Armando Ameneyro Flores*

*Mario Armando Ameneyro Flores es Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, obtuvo el Título de Máster en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid, es Mexicólogo y Socio de la firma Castellanos, Ramírez y Ameneyro, Abogados.

En el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, aparece publicada la Tesis: I.4º.A.441 A, visible a páginas 2385 del Tomo: XX, Octubre de 2004, relativa al reconocimiento de aplicación del Principio Pro-Homine. Sin duda, su sola mención en una resolución, supone un avance en la interpretación de los derechos humanos por parte de nuestros más altos Tribunales.

Este Principio General del Derecho reconoce la aplicación de la norma jurídica que sea más favorable a una persona, desestimando aquella que en menor importancia aplique a un derecho fundamental.

Nuestro problema comienza cuando diversos derechos fundamentales de igual jerarquía se colisionan. Sin ir más lejos, el derecho a la manifestación de las ideas ha tenido recientemente en la ciudad de México, un encontronazo con el derecho de libertad de tránsito sobre la Avenida Paseo de la Reforma y otras vialidades.

En el ámbito de nuestra biodiversidad también existen choques de derechos, junto a los derechos a la información, a la cultura y a la adecuada alimentación, se contraponen los derechos de libertad, propiedad industrial y la biotecnología, cuyos aspectos conceptuales y fundamentales han ido pasando frente a nuestros ojos sin ser debidamente analizados.

En los aspectos formales, temporales y de ámbito, las civilizaciones ancestrales de nuestro Continente afirmaron que “la tierra no le puede pertenecer al hombre, sino que es el hombre el que pertenece a la tierra”, esta concepción opuesta al pensamiento occidental que hoy vivimos, se traduce en los derechos de propiedad privada y de propiedad industrial, cuyo Convenio de París de 1883 signado por México, abarca patentes, marcas, industrias de vino, granos, hojas de tabaco, frutos, animales, minerales, flores, harinas, que todo lo “cosifica” y le atribuye un valor meramente económico, provocando consecuencias no sólo en nuestro ámbito cultural, sino de salud y de información.

Parece que no nos hemos percatado del gran legado ancestral que ha estado presente entre nosotros. Nuestra herencia es la gran diversidad de plantas, frutos, semillas y plantas medicinales cuyo centro de origen y domesticación es nuestro México y cuyos nombres en náhuatl o mexicano se dejan fácilmente adivinar, por citar algunos: la xicámatl o jícama, yuca, epázotl, la xonácatl o cebolla, chile o chilli, huauhzontle, ahuácatl, quélitl, tejócotl, cháyotl, chilacáyotl, mamey, calabaza, chirimoya, chicozapote, zápotl (negro, amarillo, blanco), pitaya, nanche, papaya, guanábana, guayaba, xoconóxtletl, cacáhuatl, ococenyolotli (piñón), éxotl (ejote) mézquitl, ayacotli o etl (frijol), etcétera.

La extensión de estos productos al resto del Mundo dio lugar a interesantes historias, por ejemplo: la patátatl o patata o papa que comparte con el Perú ser centro de origen, ayudó a alimentar a Europa en épocas de guerra, tanto que hubo disposiciones que obligaban a las personas a cultivarla.

El tómatl que se utiliza para una salsa verde, no podría confundirse en México con el jitomate o xictómatl, (mal llamado tomate rojo, que llegó a España como una planta de ornato); son los franceses y luego los italianos en redescubrir sus cualidades culinarias hasta el siglo XVII; los franceses le llamaron la pome d’or, o sea la manzana de oro; en Italia con igual significado: pomodoro y no existe spaghetti, pizza o macarrón que no lleve una salsa de jitomate, luego de la patata, es el segundo cultivo más importante y hasta en jugo enlatado encontramos al xictómatl. La hoja de tabaco, de nombre “pícietl”, es originaria de Nayarit, por eso en nuestra toponimia podemos encontrar Picietlán cerca de Tepic. El “cigarro” fue utilizado en nuestro México antiguo únicamente de forma religiosa, en la tradición mexicana existe un principio que reza “como es arriba, es abajo”, de esa forma, los Balames, los Dioses, en el cielo “fumaban” el shik’ar y se dice que las estrellas fugaces, no son sino las colillas que desprenden los “cigarros” de los Balames. Ellos al fumar producen las nubes para que se den las lluvias, de igual forma, en la tierra, bajo este principio, los sacerdotes mayas fumaban el shik’ar para producir la nube y propiciar las lluvias. Esta actitud la podemos encontrar en diversas estelas de Uxmal. De manera que la palabra cigarro es la deformación castellana de la palabra maya “shik’ar” (chupar), los acompañantes de Cristóbal Colón lo llamaron “shicarro” y de ahí cigarro; al puro en inglés se le llama “cigar”.

Otro ejemplo es la tlilxóchitl “flor negra” (vainilla) para perfumar el xocólatl. Se cuenta que en uno de los primeros encuentros de Moctezuma con Hernán Cortés, se ofreció para beber el xocólatl endulzado con miel de abeja y para perfumarlo, se le agregaba una pequeña vaina que los españoles no pudieron pronunciar “tlilxóchitl” y como era muy menuda, a esa vaina, de forma despectiva, le llamaron “vainilla”.

Cacao mal llamado por deformación europea “cocoa”, que significa “enfermedad”, pues deriva de la palabra cocoliztli, de ahí que los panes en forma romboide que tienen ajonjolí encima, les llamemos “cocoles” como recuerdo de la viruela. Hemos permitido hoy día que esta maravillosa semilla de cacao olvide su origen mexicano, pues hasta existe una Empresa Norteamericana cuyo slogan dice “somos los expertos en chocolate”.

El tzoalli (amaranto), el cual estuvo prohibido sembrar durante el virreinato, porque en tiempo anteriores a Cuauhtémoc, en la fiesta de Huitzilopochtli, se comía el tzoalli en forma de hostia, era como una comunión y por eso los españoles prohibieron su uso y su siembra.

La Tuna de de color rojo, representa el corazón de los mexicanos y es de tal alcurnia que aparece como símbolo de nuestra Nación; habrá que recordar aquí el relato de cómo se arrojó el corazón de Copil al Lago, de donde se formó, sobre una piedra, un hermoso tunal en donde se posó una gran águila con sus alas extendidas.

Y llegamos en esta breve lista, al maíz (teocintle, que significa en mexicano “alimento de los Dioses”) o teocentli, o tlaolli o atzitzintle, de ahí “achichincle” el que es incondicional, que se pega a otro “como los granos a la mazorca”. Los antiguos toltecas, decían haber encontrado al maíz silvestre en Tamoanchan (lugar de donde venimos y hemos de volver), llamándolo tonacáyotl “nuestra carne”, porque decían que los Dioses habían hecho al hombre de maíz).

El libro del Popol Vuh refiere la creación del hombre. El primer intento fue de barro, pero se quebraba con facilidad; el segundo intento fue de madera tropical, pero el resultado fueron hombres duros e insensibles, que no respetaban a los Dioses, así que los destruyeron; el tercer y último intento fue la creación del hombre de maíz.

El maíz es un ingrediente cultural transmitido a través de generaciones, por ello múltiples y variados alimentos provienen del maiz: pozole, totopos, tortillas, tostadas, tlacoyos, gorditas, sopes, quesadillas, tamales, pinole, etcétera. Existen mas de 100 variedades y clases de maíz y 6 colores: blanco, morado, amarillo, rojo y pinto azul.

La palabra maíz es de origen caribeño, ya que los Castellanos llegaron a México varios años después que Cristóbal Colón, de manera que para entonces ya se había arraigado el nombre de maíz, aunque en aquellos primeros años en Europa se conoció al maíz como “grano turco”, puesto que pensaban que venía de Turquía, al igual que nuestro mexicanísimo guajolote, hoy conocido como turkey (turco) en inglés, porque se pensaba que provenía de dicho país.

La palabra tlacualli en mexicano significa comida y literalmente “algo bueno”, algo bueno es lo que nos llevamos a la boca. La dieta ancestral mexicana estaba dirigida en un orden cósmico, en armonía con el universo y desde luego con el hombre, pues el alimento tuvo que ser en la mejor asimilación para lo que el organismo humano era adecuado.

En los últimos 30 años, nuestra alimentación ha entrado en un vertiginoso proceso de industrialización, por lo que poco a poco se han dejado de preparar platillos tradicionales. Nuestros alimentos ya no son naturales, pues ahora van acompañados desde su germinación de gran cantidad de productos químicos como fertilizantes y plaguicidas; luego, al industrializarse, se les adicionan conservantes, colorantes, exaltadores de sabor y otro tipo de aditivos, que tienen como objetivo principal agradar a nuestros sentidos y atraer nuestra preferencia; además, hay que ver la cantidad de alimentos que hoy ofrecen estar “enriquecidos con vitaminas y minerales”. Si a ello agregamos la gran cantidad de productos construidos a través de la ingeniería genética, el resultado es la gran desinformación que tenemos sobre la inocuidad de ellos para nuestro organismo, es decir, frente a los alimentos derivados de la tecnología, que normalmente se encuentran protegidos por registros de marca y de patente, perdemos el derecho a la información. De nada sirve al común de los consumidores las leyendas de los productos alimenticios cuando señalan, por ejemplo: “Ingredientes: hexametafosfato de sodio, benzoato de sodio, EDTA disódico, saborizantes y colorantes artificiales”, o bien pueden decir “azúcares”, sin indicar si se trata de azúcar de caña, o fructosa. El hecho de que los alimentos estén empacados o contenidos en plástico, no es sinónimo de salud o innocuidad, pues se sabe que ciertos polímeros contienen contaminantes orgánicos persistentes (COPS), y no debe extrañarnos ver cada día más casos de daño a la salud.

Otros problemas en la producción y comercialización de alimentos, son las sustancias químicas de diversa procedencia, residuos de plaguicidas, de medicamentos veterinarios, aditivos no autorizados como el “clenbuterol” en el ganado para provocar aumento de peso y mayor masa, o la hormona rbst (somatotropina bovina recombinante) que se inyecta a las vacas para que produzcan más leche.

Pero hay algo más grave aún, desde hace siglos hemos estimulado a la ciencia para tener mayores conocimientos de la naturaleza, el problema comienza cuando la investigación ha llegado a la modificación deliberada de ésta, recombinando información genética guardada en el ADN; estamos cruzando información genética de maíz rojo con un clavel para que este sea más rojo, insertando genes de una medusa a peces para que brillen en la pecera sin necesidad de luz artificial, insertando genes de pez al jitomate para mantenerlo más días en refrigeradores y, pero aún, insertando genes humanos en animales para que su desarrollo sea más rápido y de mayor tamaño.

La patente del maíz Bt transgénico está manipulado genéticamente para que la planta exude veneno constantemente y pueda combatir al gusano barrenador. El inconveniente es que resulta nociva a especies benéficas de insectos y otros animales “no objetivo” que de manera natural ayudan a controlar plagas; si el polen del maíz Bt cae sobre otras plantas pueden matar cualquier insecto o mariposa y termina contaminando el propio suelo, aún después de la cosecha.

La “tecnología terminator” es el nombre dado a una técnica que manipula genéticamente a las plantas para hacerlas estériles. Las semillas de las que crecen las plantas, conducen a la producción de una toxina justo antes de que las propias semillas de la planta maduren y las hacen estériles, de ahí el riesgo para nuestro maíz mexicano, puesto que si las variedades naturales se extinguieran, únicamente quedarán las variedades de patente, creando una dependencia alimentaria.

Ya desde la llamada “revolución verde”, se provocó la pérdida de miles de variedades al sugerir sembrar sólo aquellos cultivos que fueran importantes para la agricultura mundial y tuvieran ganancias económicas; según la Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura (FAO) durante el siglo XX la diversidad genética de los cultivos se redujo en un 75 por ciento.

La biotecnología acomete contra nuestra madre tierra y contra los centros de biodiversidad. Desde hace una década se han introducido a México diferentes productos transgénicos sin que hayamos tenidos conciencia o conocimiento claro de ello, tales como: maíz, papa, jitomate, soya, algodón, entre otros, los cuales son materia prima para la elaboración de salsas de tomate, sopas enlatadas, golosinas, cereales, frituras de maíz, derivados de la soya, harina, tortillas, tostadas, totopos, refrescos y jugos envasados.

En este campo de las nuevas tecnologías, los derechos humanos y la bioética, no podemos ser neutrales, tenemos que tomar partido. Las Leyes de Bioseguridad y de Salud parecen no ser suficientes para proteger nuestro patrimonio vegetal y cultural.

Por eso, los derechos de propiedad industrial en materia de seres vivos se colisiona con nuestros derechos culturales, alimentarios y de información, por lo que será difícil hacer valer y aplicar en el futuro cercano, el principio pro-hominis.

El trabajo en adelante no puede ser sólo del Estado, si las normas jurídicas son descafeinadas o light, nuestro quehacer será conducirnos hacia nuestros valores: buscar el equilibrio con la naturaleza; nuestros hermanos mayores, los indígenas son los guardianes de ese legado natural, escuchémoslos; consumir alimentos orgánicos, cultivar en macetas con semillas orgánicas, sembrar variedades tradicionales, pagar más por mejores tortillas de maíz mexicano; reducir empaques plásticos y de papel, reutilizar las cosas, reciclar; exigir un mejor etiquetado que contenga origen del producto, para saber si alguna parte es transgénica y para tener certeza del origen de los aditivos de los alimentos.

Así como hay advertencias al consumidor sobre ciertos productos como refrescos light o cigarros, igual debería haber etiquetado para los alimentos elaborados y para los OGM (organismos genéticamente modificados), para saber y decidir lo que comeremos.

En el 2002, el Relator Especial para el Derecho a la Alimentación de la ONU sintetizó que el derecho a la alimentación es el derecho a tener acceso, de manera regular, permanente y libre, sea directamente, sea mediante la compra en dinero, a una alimentación cuantitativa u cualitativamente adecuada y suficiente, que corresponda a las tradiciones culturales de la población a que pertenece el consumidor y que garantice una vida psíquica y física, individual y colectiva, libre de angustias, satisfactoria y digna”.

“el hombre no teje la trama de la vida, el hombre es solo una hebra en ese tejido, lo que haga en el tejido, se lo hace a si mismo” palabras del Jefe Indio Piel Roja Seattle, dirigidas al Presidente Franklin Pierce de los Estados Unidos en 1854.

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